domingo, 30 de octubre de 2011

El fracaso escolar

Ana Mato ha dicho que en Andalucía “los niños están en el suelo en las aulas”, basándose en una foto publicada por un periódico malagueño en la que los escolares están sentados en el suelo no porque no tengan pupitres, sino, como han explicado el director del colegio de la foto y la consejera de la Presidencia andaluza, porque su maestra lo consideró conveniente para llevar a cabo una actividad escolar. Con este tipo de afirmaciones Ana Mato pretende atacar, una vez más, la enseñanza pública andaluza, desprestigiar al partido que gobierna en esa comunidad y justificar, por comparación, los recortes en Educación que se han llevado a cabo por la crisis en comunidades autónomas afines al PP, como Madrid, Castilla la Mancha, Galicia o Navarra, pero lo que consigue es desprestigiar al partido que representa y a ella misma, al utilizar anécdotas en lugar de argumentos.

España, junto con Portugal, está en el segundo puesto por la cola en fracaso escolar, con un 31,2% de jóvenes que abandonan los estudios después de la enseñanza obligatoria (14,4% es la media europea).

Díganos cómo piensan ustedes mejorar esta dramática cifra, que afectará en el futuro no solo a los jóvenes sin preparación para encontrar trabajo, sino también al Estado español que se verá obligado a pagar mayores subsidios por desempleo. Reducir el presupuesto en Educación, no parece que sea el camino más adecuado.

Manuel Navarro Seva. Madrid
Publicada en EL PAÍS el 29.10.2011

sábado, 15 de octubre de 2011

martes, 11 de octubre de 2011

El Edén

Adán y Eva de Hugo Van der Goes

La serpiente me quedó más gorda de lo previsto, pero el árbol y la manzana parecían de verdad. Javi hizo una birria de Adán, y Luisa, una Eva que parecía un espantapájaros, con aquellos pelos amarillos tapándole los pechos. Enrique tenía que hacer a Dios y no sabía cómo; yo le dije: «con una barba larga, una túnica blanca y unos ojos grandes que lo vean todo»; y él que no, que prefería hacer una paloma, que también era Dios. Cuando volvió la seño, que había salido a telefonear y a fumarse un cigarro, faltaba el querubín con la espada, pero se nos había acabado la plastilina.


©Manuel Navarro Seva
Madrid, octubre de 2008

miércoles, 5 de octubre de 2011

Entrevista a Montse de Paz

Por Boris Rudeiko
Publicada en el nº 13 de Prosofagia.


Con Elisabet compartimos dos años en la redacción de Prosofagia y seguimos trabajando juntos. Nos conocimos personalmente el 22 de marzo de este año en la Taberna del Gijón, en Madrid, por el mejor motivo del mundo: la presentación de su novela Ciudad sin estrellas, ganadora del Premio Minotauro 2011.
Entre ese momento y ahora, finales de junio, cuando nos encontramos de nuevo (esta vez virtualmente) para esta entrevista, otra novela suya ha llegado a las librerías: El heredero del clan, editada por Espasa, la misma editorial que publicó en 2008 Estirpe salvaje.



―Elisabet, ¿qué ha significado para ti la consecución del Premio Minotauro?
―Una alegría y un empuje muy grande, con todo el entusiasmo de quien ha logrado un hito. Luego, cuando lo piensas mejor, ganar un premio así da vértigo. Te preguntas si estarás a la altura, comienzas a pensar en el público lector, en todas las personas que han apostado por tu obra… y te das cuenta de que es una responsabilidad enorme. La novela está escrita, pero esperas que no defraude y que el premio te ayude a conseguir muchos lectores satisfechos.

―Como escritora te has presentado escasas veces a un concurso. ¿Qué te llevó a presentarte en esta ocasión?
―La verdad es que no era la primera vez que me presentaba a un concurso, incluso gané un premio de relato breve, en mis inicios como escritora. He enviado novelas a cuatro o cinco certámenes. Pero después de las primeras veces, me di cuenta de que era una enorme ingenuidad hacerlo, con mi poco rodaje, con la enorme competencia de escritores de prestigio que concurren y por el tipo de novela que escribo. Realmente, no encajaban con lo que perseguían los premios a los que me presenté. Así que me dije: se acabaron los concursos. Esta novela, concretamente, estuve tentada a enterrarla en el olvido. Pero dos personas de las que me fío me animaron a presentarme al premio. ¡Y salió bien! De no ser por ellos, quizás nunca la habría publicado.

―Mientras tus otras novelas corresponden al género de fantasía épica, ambientadas en sociedades que, aunque ficticias, corresponderían al pasado, Ciudad sin estrellas es una novela de ciencia ficción, cuya trama se desarrolla en un futuro post-apocalíptico. ¿Cómo fue la génesis de esta historia, tan distinta a las otras? ¿Cuál fue la fuente de inspiración?
―Concebí la historia original como un cuento. Quería escribir algo así como una metáfora futurista inspirada en el mito de la caverna, de Platón. Pero a medida que iba escribiendo me di cuenta de que la historia se alargaba, los personajes reclamaban su lugar y, en cuanto terminé el segundo capítulo, supe que aquello tenía que ser una novela. Y así fue.

Estirpe salvaje se presenta como una novela juvenil. ¿Es el caso de Ciudad sin estrellas, o es un libro para todos los públicos?
―Qué difícil pregunta. Me cuesta clasificar mis obras en este aspecto. Según los editores de Minotauro ―yo también lo creía así― es una novela para todos los públicos. Algunos lectores, sin embargo, opinan que es juvenil. Puede ser, dado que la historia es sencilla, iniciática, con un protagonista casi adolescente. Tal vez los jóvenes la disfruten más. Personalmente, diría que es una lectura apta para cualquiera a partir de los doce años.

―Perseo Stone, el personaje central, es un inconformista, un rebelde. Si hiciéramos una comparación con la actualidad de España, ¿podría decirse que es un «indignado»?
―Es tentador hacer la comparación. Pero creo que hay muchas diferencias entre Perseo y un indignado. En primer lugar, la mayoría de los acampados protesta por la falta de trabajo y de unas condiciones de vida dignas. Perseo tiene dinero y trabajo; en cierto modo es un triunfador, al menos profesionalmente, y no sufre problemas económicos. En segundo lugar, el movimiento 15-M se manifiesta públicamente, expresa de manera llamativa su indignación. Perseo no formula una protesta en voz alta: pasa directamente a la acción y lo hace de manera clandestina. Porque, y esto es otra diferencia, su actuación es ilegal. Comete una infracción, mientras que nuestros indignados, pese a los brotes de violencia puntuales, utilizan un cauce legal permitido en nuestra sociedad, que es la libertad de expresión y asociación. Otra diferencia es que la movida indignada ha sido recibida con simpatía por mucha gente; en cambio, Perseo se inscribe en círculos minoritarios y mal considerados, incluso despreciados, por la mayoría de ciudadanos. Más que un indignado, diría que es un insatisfecho. Su rebeldía no es tanto una manifestación pública de enojo, sino un inconformismo de índole, digamos, espiritual. Perseo es un buscador, no va abiertamente contra el sistema, pero está dispuesto a salir de él para buscar fuera lo que no encuentra dentro.

―¿Tu novela es una crítica a nuestra sociedad?
―En ella muestro algunas tendencias de nuestra sociedad, quizás llevadas a un extremo. El lector es muy libre de extraer conclusiones. Evidentemente, he elegido mostrar y subrayar ciertos aspectos de forma deliberada. Me inquieta ver cómo un pretendido estado del bienestar puede llegar a convertirse en una cárcel dorada para personas que no se conforman con vegetar y consumir.

―¿Cómo fue el proceso creativo? ¿Cuánto tardaste en escribirla?
―Fue muy rápido, como me sucede con todos los cuentos. La idea brota de improviso, la elaboro mentalmente y me pongo a escribir. Esta novela me llevó unos tres meses. Eso sin contar con el tiempo de corrección. Suelo ser bastante perfeccionista y puntillosa y puedo corregir un manuscrito hasta seis o siete veces. Este proceso me lleva bastante más tiempo que escribir la obra en sí.
Por otra parte, Ciudad sin Estrellas ha sido publicada casi cuatro años después de ser escrita. Cuando la presenté al concurso no cambié nada sustancial, pero sí retoqué algunos diálogos y párrafos. Un amigo me sugirió que añadiera algo al final, que podía quedar excesivamente brusco y tajante, y así lo hice.
Posteriormente, la última corrección tras el premio y antes de publicar la novela fue veloz. La editora y yo íbamos a contrarreloj y tardamos apenas doce días, consultándonos dudas y sugerencias a golpe de e-mail. Las correcciones fueron nimias, arrugas y flecos, y algunas expresiones que no siempre quise retocar y que me respetaron. Dos anécdotas: la Editorial Minotauro no sigue la normativa de la RAE acerca del solo adverbio y lo mantiene con tilde ―cosa que me encantó, al parecer hay unos cuantos autores y editores que están en contra de este cambio. Y tampoco me hicieron quitar una sola palabra malsonante: «En Minotauro nos gustan los tacos», me dijo Vicky, la correctora.
Otro detalle importante que cambió la editorial fue el título de la novela, y esto sí que me dolió un poco, es como cambiar el nombre de un hijo al que ya te has acostumbrado a llamar así. Pero resulta que, además de una película y una serie televisiva, ya existe otra novela bastante reciente que se titula igual, así que por exigencias de marketing, hubo que cambiar.

―¿Tendrán una continuación las aventuras de Perseo? ¿Proyectas una segunda parte de la novela?
―Ya la estoy escribiendo, ¡voy por más de la mitad!

―La promoción de Ciudad sin estrellas te ha llevado a recorrer España, con presentaciones, distintos eventos, entrevistas, en una magnitud que es nueva para ti. ¿Cómo te has sentido?
―Sorprendida por el esfuerzo publicitario que hacen las editoriales cuando apuestan por una novela. Y muy agasajada, la verdad. En todas partes me han acogido con una amabilidad exquisita, y allí donde he ido ―Madrid, Valencia, Bilbao, León― las agentes de comunicación tenían concertadas muchísimas en-trevistas con los medios. Han sido unos días de maratón mediático, agotadores, pero muy estimulantes. Mientras estás en plena entrevista, ni te das cuenta de que pasa el tiempo. Te entusiasmas hablando de la novela, de temas que te apasionan… Conoces a profesionales de radio, prensa, televisión, todos tan diferentes y tan interesantes. En Madrid, incluso conocí a un grupo de blogueros ―futuros lectores― además de encontrarme contigo, Boris… Ese fue quizás el mejor momento del día. También me gusta que me hagan preguntas diferentes, originales o incluso polémicas, que me obligan a pensar. Solo después sientes el cansancio y un deseo casi irrefrenable de parar, de volver al retiro, para continuar escribiendo.
En las presentaciones, tanto en León como en Barcelona, he sentido mucho el cariño y el arropo de familiares y amigos, algunos de ellos me han demostrado su cercanía de una manera inesperada, y eso ha sido muy gratificante.

―Hace pocas semanas ha llegado a las librerías El heredero del clan. Esta es una novela que, por lo que nos has contado, te resultó particularmente especial y querida. ¿Por qué?
―Porque cuando la pensé tenía muy claros los dos grandes temas que vertebran esta historia. Son dos temas que me han marcado profundamente y, aunque la novela no tenga nada que ver con mi vida real, en ella plasmo de algún modo lo que he aprendido al respecto. Y, por otro lado, es una novela que tardé más de seis meses en terminar, la escribí con más calma y minuciosidad que las anteriores y la he corregido y retocado a conciencia, cambiando incluso algunos capítulos. Creo que en ella he hecho una progresión como escritora.

―Has publicado un par de libros más, un libro de autoayuda y un ensayo: Cómo curar los sentimientos negativos y Mujeres de Dios. Háblanos de ellos.
―El primero lo publiqué casi por casualidad. Se trata de una serie de reflexiones sobre siete sentimientos negativos que se me ocurrieron durante un verano, mientras hacía footing por las mañanas. Es psicología casera, basada en la pura experiencia, y pensé que podía ser útil a personas que tienen que capear con emociones y sentimientos bastante incómodos, pero que pueden convertirse en fuerza interior constructiva. Puse todas estas ideas por escrito, las envié a tres o cuatro editoriales de libros de autoayuda y tras recibir algunos «no» o silencio total, decidí olvidarlo. Más tarde, cuando comencé a escribir novela y entré en los foros literarios, contacté con una editorial de reciente creación, Doss Ediciones, que aceptaba manuscritos. Les escribí, les dije lo que tenía y ellos, en vez de interesarse por las novelas, dijeron que querían publicarme el ensayo sobre los sentimientos. ¡Fue mi primer libro publicado! La verdad, fue una coedición y se ha distribuido muy poquito, solo a demanda y en tres o cuatro librerías de Sevilla, Badalona y Barcelona. Pero me consta, sorprendentemente, que es uno de mis libros que más éxito ha tenido entre sus lectores. Incluso hace poco una lectora me dijo que había seguido sus consejos y le había resultado muy bien.
Mujeres de Dios tiene otra historia curiosa. Lo escribí a partir de unas charlas sobre las mujeres de la Biblia que di en mi anterior parroquia. Varias personas me propusieron recopilarlas y hacer un librito, y así lo hice. Lo envié a unas cuantas editoriales religiosas, hubo cuatro o cinco que se interesaron y una de ellas, Men-sajero, rápidamente aceptó publicarlo. Lo sacaron a los pocos meses, casi sin darme opción a corregir nada. Es otro libro del que también he recibido muchas impresiones positivas. Algunos lectores, cuando me ven, me piden que escriba más sobre este tema… Algún día lo haré.

―Tienes otras novelas ya escritas. Creo que un total de ocho. ¿Qué tipo de novelas son?, ¿hay alguna de ellas en proceso de publicación?
―Pues sí, tengo ocho… ¡y media! De ellas, tres ya publicadas, así que me quedan cinco. En Espasa tienen dos para lectura, una es la continuación de Estirpe Salvaje. Las tres primeras que escribí forman una trilogía que estoy comenzando a reescribir, pues la quiero remodelar de arriba abajo. Todas ellas, salvo la conti-nuación de Ciudad sin Estrellas, son fantasía épica y están relacionadas entre sí, como una especie de gran saga. Espero ir publicándolas algún día, pero de momento no hay fechas. La continuación de Ciudad sin Estrellas, si todo va bien, quizás se publique el año que viene, o el otro.

―Quienes te hemos leído en los foros literarios sabemos que tus cuentos rara vez pertenecen a la literatura fantástica o de ciencia ficción; más bien retratan personajes y sucesos del mundo real. ¿Existen razones determinadas para esa diferencia entre tus relatos breves y tus novelas?
―No lo sé. Mis cuentos son experimentos, me gusta jugar con múltiples temas, estilos y enfoques. Y es verdad, muchas veces están basados en situaciones reales. Son totalmente distintos a las novelas, a veces pienso que me sirven como ejercicios de entrenamiento y recreo, donde puedo ser audaz y probar efectos un poco arriesgados. En cambio, las novelas son carreras de fondo y en ellas debo mantener un pulso regular y constante. Son historias que piden extensión y hondura, relatos largos que abarcan etapas de una vida o vidas enteras. Los ejes de mis novelas son los personajes, más que la trama o la acción. Por eso no puedo ―o quizás no sé― condensarlos en cuentos breves. Me siento más cómoda desarrollándolos en novelas. ¿Por qué épica fantástica? Porque casi todas las historias relatan un proceso de crecimiento y maduración, o incluso de liberación. Y para describir esto, creo que el género fantástico es ideal. ¿Hay algo más épico en la vida de una persona que el paso de la infancia a la adolescencia, y las decisiones que toma durante esos años? Debo precisar que mi fantasía es bastante realista y en ella, más que lo mágico y lo fabuloso, prima lo iniciático.

―Háblanos de ti, Elisabet. Nos has contado de tu infancia, vivida en un ambiente con una fuerte impronta en literatura clásica. ¿Cómo influyó en las decisiones posteriores que has tomado con respecto a la literatura?
―En una conferencia de Carmen Martín Gaite a la que asistí en mis años universitarios escuché algo que se me grabó: las primeras lecturas marcan lo que vas a escribir algún día, cuando seas adulto. Y creo que así ha sido en mi caso. Esas lecturas han sido la leña que alimenta mi hoguera. Y de tal madero, tal llama…

―¿Cuáles eran y cuáles son tus autores y lecturas favoritas?
―En mi infancia y adolescencia, las novelas de aventuras: desde Tolkien hasta Emilio Salgari, pasando por Julio Verne, Walter Scott, Alejandro Dumas… También, cómo no, Homero. Y los libros de caballerías. A los ocho años mi madre me regaló una versión adaptada del Amadís de Gaula, Tirant lo Blanc y otros, y poco después un librito que leí una y otra vez, La antigua saga de Gudrun. Devoraba aquellas historias con fruición.
Hoy, mis preferencias son muy eclécticas: desde los españoles de las generaciones del 98 y el 27 ―Delibes, Unamuno, Galdós, Pío Baroja― hasta autoras como Mercè Rodoreda o Virginia Woolf. Bécquer me fascinó de niña, y creo que conservo algún poso de sus leyendas que se me remueve cuando me pongo a es-cribir. Me gustan las románticas Brontë, rompedores como D. H. Lawrence o esteticistas como Flaubert, Daudet o Gerald Durrell. Disfruto con la novela histórica (Robert Graves, Colleen McCullough, Umberto Eco), y de tanto en tanto me distraigo con algún bestseller de Noah Gordon, John Grisham o Ken Follet, aunque cada vez menos. Durante la carrera me fascinó una autora africana poco conocida, Bessie Head (leí y trabajé a fondo sobre sus tres novelas). García Márquez o Vargas Llosa me deslumbran. Y me deleita Ana María Matute desde niña ―fue la autora que me hizo descubrir que se podía escribir y se podía escribir bello—. Valle-Inclán, lo leo y releo porque creo que con su prosa aprendo a escribir-de-verdad. ¡Es una gozada! Y uno de los pocos autores que me obliga a usar el dic-cionario. Hace poco descubrí a Baricco, otro maestro. Y volviendo a los clásicos, cuando me canso de todo y quiero releer algo que me alimente por dentro… siempre regreso a Homero y a los relatos de la Biblia.

―Cuando decidiste estudiar filología, ¿pensabas ya en dedicarte a escribir, o tus aspiraciones eran otras?
―¡Qué va! Me gustaba leer, amaba la literatura, pero jamás pensé dedicarme a escribir en serio. De niña o de jovencita nunca me dije: «Voy a ser escritora». Es más, cuando caí atacada por la fiebre de las letras, ni yo misma era consciente hasta que alguien me dijo: «Tú ya eres una escritora». Luego he pensado que esto me ha ocurrido más veces, con otros aspectos de mi vida. Pasado un tiempo, vuelvo la mirada atrás, ato cabos y pienso: todo esto tiene sentido. Tenía que ser así. Pero las cosas más importantes de mi vida ―y escribir ahora es una de ellas― siempre han sido sorpresas, algo que brota como una flor inesperada en el camino. ¡Aún estoy saliendo de mi asombro!

―¿Crees que la carrera de filología contribuyó a tu formación como escritora?
―Claro que sí, aunque entonces, cuando era estudiante, nunca me planteé escribir. Lo que aprendí, mis lecturas de esa época, mis trabajos ahondando en las entrañas del lenguaje y en el alma de los autores, todo ha sido más leña para la hoguera de mi inspiración, estoy segura.

―¿Qué significan para ti los foros literarios?
―Han sido una parte importantísima en mi vida como escritora. Ahora, los considero como una especie de escuela donde he hecho amigos excelentes, de esos a los que quieres y quieres conservar toda la vida. Desde una perspectiva puramente literaria, han sido una etapa de formación, aprendizaje e intercambio muy intensa, que me ha hecho crecer como escritora y que, además, ha posibilitado que hoy esté publicando mis libros. Gracias a los foros contacté con mi primera editorial; gracias a ellos recibí consejos de otros escritores consagrados y decidí buscar agencia, y la encontré. Debo muchísimo a las personas que he en-contrado en los foros, a sus críticas y lecturas de mis textos. Entre otras cosas, ¡he aprendido a escribir cuentos!

―¿Y la dirección de la revista Prosofagia? ¿Qué destacarías de estos dos años en la revista?
―Que es un ejemplo magnífico de algo que se proclama mucho y se practica poco y mal: el trabajo en red. Con mis compañeros de staff, sin conocernos personalmente ni hablar cara a cara, cada uno en una punta del mundo, por así decir, hemos logrado una compenetración increíble que nos ha permitido editar regularmente la revista, sin fallar, durante dos años. Pero, además del trabajo, ha sido un tiempo de afianzar nuestra amistad, una amistad puesta a prueba por toda clase de complicaciones y problemas, naturales en cualquier iniciativa que se haga en grupo. Me parece que hemos salido bien parados y con ganas de seguir, además de aprender muchísimo. La verdad, mi sentimiento después de estos dos años es sobre todo de gratitud, de cariño hacia mis colegas de equipo y de deseos de ir a más con la revista.

―¿Cómo compaginas tu trabajo y la escritura? ¿Tienes una rutina diaria de escritura y lectura?
―Mi trabajo en la Fundación ARSIS me pide mucho, es a dedicación completa y no tengo intención de dejarlo, pero la literatura me estira… Así que lo compagino como puedo, casi siempre tirando de noches y robando horas al sueño. Intento leer un libro cada semana, cosa que no siempre consigo cuando tengo mucha faena. Y cuando estoy escribiendo una novela, procuro dedicarle un par de horas o tres cada noche, o a días alternos si estoy muy cansada. Y luego, cuando corrijo, lo mismo. Al terminar, me doy unos meses de descanso antes de emprender la escritura de una nueva obra. Así lo he hecho durante seis años, aunque este 2011, con el premio y la promoción de Ciudad sin Estrellas he roto un poco la rutina y me encuentro haciendo algo raro: interrumpiendo una novela, reanudándola… ¡y con otra a medias! Bueno, ya saldré de esta.

―Has escrito muchos artículos sobre literatura y sobre el camino a seguir para publicar con una editorial. ¿Qué consejos darías a un escritor novel que quiere publicar la novela que tiene guardada, sin saber qué hacer?
―Primero, que la dé a leer a otras personas. No solo amigos o familiares, sino a personas con formación en literatura que le puedan dar una opinión sincera y con fundamentos. Así sabrá si la novela es potable o debería retocarla, o mejor lo deja o se pone a escribir otra cosa. Siempre tiene la opción de llevarla a un lector profesional, pagando. Ahora bien, si está convencido de que su obra reúne la calidad suficiente y es de interés, que se lance a buscar editorial o agente literario, o ambas cosas. Mi estrategia hasta que fiché con Sandra Bruna fue la de «fuego a discreción» y no rendirme nunca. Eché todas las cañas al mar hasta que conseguí los primeros resultados. Y si con la primera novela no logra nada, le diría que siguiera escribiendo. A menudo, la ópera prima es impublicable, por poco madura, y la primera que se logra publicar es la tercera o la cuarta. Aunque hay casos bien sonados que desmienten esta afirmación. En todo caso, a este escritor le preguntaría si realmente quiere escribir, ahora y siempre, si está seguro de que la literatura forma parte intrínseca de su vida y no puede vivir sin ella… Si es así, entonces seguirá escribiendo, irá mejorando, no desfallecerá y algún día conseguirá ver su sueño hecho realidad. Pero tiene que estar convencido, enamorado, y lanzarse de cabeza.

―¿Cuáles son tus proyectos futuros como escritora?
―Terminar la continuación de Ciudad sin Estrellas. Reescribir mi primera trilogía. Escribir ―y publicar, claro― unas cuantas novelas más: las que tengo en mente y las que aún no han nacido en mi imaginación, pero que lo harán algún día. Y, con cada nueva obra que termine, mejorar, depurar mi estilo y conseguir una mayor belleza y profundidad en todo cuanto escribo.

―Muchas gracias, Elisabet. Me he sentido como en casa hablando contigo. Y, aunque ya lo he dicho alguna otra vez, me gustaría repetirlo: «Gracias por ser como eres». Un fuerte abrazo.
―¡Gracias a vosotros! Y un abrazo para ti, Boris.





Elisabet, Montse de Paz, nació en Lérida un caluroso 4 de julio de 1970.
De sangre mezclada entre una catalana y un leonés, creció escuchando cuentos y leyendas de boca de sus padres y abuelos. A los siete años empezó a inventar sus propias historias, que escribía e ilustraba a modo de cómics.
Estudió Filología Inglesa, pero una decisión personal la apartó del mundo literario y académico para entregarse en cuerpo y alma a trabajar en dos asociaciones humanitarias.
Comenzó como voluntaria en sus años universitarios y ahora es una de las directoras de la Fundación ARSIS. La vocación literaria, sin embargo, es algo que se lleva en la sangre, de manera que la pasión por la escritura volvió a surgir en ella cierta noche de verano de 2004…
El resto de la historia podéis leerlo en su blog (http://comollegarapublicar.blogspot.com).
Desde entonces, ha publicado cinco de sus diez libros escritos. Tras una época muy activa en algunos foros literarios, se unió a un grupo de compañeros del foro Prosófagos para fundar la revista Prosofagia.
Y sigue escribiendo, porque quien ama las letras «no vive de ellas», sino por ellas.
Confía en que sus obras, las inéditas y las que existen solo en su mente, llegarán un día a ver a la luz, aunque
eso no es lo que más le preocupa, ahora.