Mi madre rezaba el rosario
todas las tardes. Cuando terminaba, lo dejaba colgado en el cabecero de su cama
hasta que lo descubrió mi hijo, que tenía 6 años, se lo llevó a casa y lo metió
en la caja de sus juegos. Se volvió loca buscándolo hasta que un día lo
encontré y se lo devolví en una cajita blanca de plástico. No volví a verlo
hasta el día en que tuvimos que deshacernos de los muebles para vender su casa.
Estaba en la misma cajita blanca, dentro de un cajón de su armario ropero, debajo
de su ropa interior. Junto al rosario había una nota doblada que decía: «Este
rosario para mi nieto Manuel».
©Manuel Navarro Seva
4 comentarios:
Manuel más bonita y tierna, imposible.
(Estoy con tu libro yyyyyyyy DISFRUTANDOLO, ya te diré cuando llegue al fin.)
Un abrazo.
Gracias, San, por comentar.
Me alegra que te esté gustando el libro. Espero que me digas algo.
Un abrazo.
Tierno el texto.
Un abrazo.
Jesús, gracias por pasar. Un abrazo.
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