sábado, 28 de marzo de 2020

Hidroalcohólico


Yo estaba leyendo cuando sonó el teléfono. Dejé el libro boca abajo sobre la mesa y descolgué. «Hola, Manuel, ¿cómo está?». Era la farmacéutica. Me sigue llamando de usted pese a las veces que le he dicho que me tutee. La conozco desde hace siglos. Es una mujer fascinante. Como vivo solo, voy a visitarla con frecuencia. Si veo que no hay gente en la botica entro y le pido una cajita de juanolas, de las pequeñas, de color rojo, y mantenemos una conversación sobre cualquier cosa, incluso sobre el tiempo. En casa debo de tener más de cincuenta cajitas de Juanola sin empezar, pero ella nunca me pregunta por qué tomo tantas. Cada vez que voy le digo que son para suavizar la garganta. Ayer hablamos de los nietos, de mis nietos, ella aún no tiene ninguno. Le dije que hacía quince días que no los veía ni los besaba. «Esto se nos va a hacer muy duro, don Manuel». Qué razón tiene. Merche es una mujer muy afable. Me encanta hablar con ella, ese ratito me levanta el ánimo. Ahora debo espaciar las visitas. El caso es que me llamó para decirme que ya había recibido el gel hidroalcohólico que le había pedido.          


Madrid, 28 de marzo de 2020
© Manuel Navarro Seva

viernes, 27 de marzo de 2020

Un día de confinamiento

Foto de David Aprea (Diario Vasco)

Al levantarme esta mañana me dolía todo el cuerpo. No había conseguido dormir bien. Yo achaqué mi dolor de cuerpo a no haber dormido bien, pero mi esposa me dijo que me pusiera el termómetro por si había pillado el coronavirus. Le dije que no era el coronavirus. No tenía ninguno de los síntomas o quizá sí porque, en realidad, me dolía la cabeza. Se lo dije y me obligó a tomarme un Paracetamol y a ponerme el termómetro. Para no discutir con ella me lo puse y tenía 36,6 y ella me dijo, lo ves, tienes fiebre porque estos termómetros digitales miden de menos. Entonces noté que tenía la nariz un poco congestionada, me la limpié con un pañuelo desechable y me fui a la cocina, abrí el frigorífico y comprobé que mi olfato seguía intacto. Se lo dije a ella, y me preguntó si tenía tos. Me aclaré la garganta antes de contestarle que no. Lo ves, te pica la garganta, me dijo. Que no, le dije yo. Me senté en mi butaca y me tapé las piernas con una mantita, pues las ventanas estaban abiertas para ventilar la casa y ella, al verme con la mantita, me preguntó si tenía frío. Le dije: sí, pero no estoy malo.
A mediodía no me ha dejado que ponga la mesa y ha abierto una lata de  mejillones y los ha servido en dos platillos, uno para ella y otro para mí. Después hemos comido en la misma mesa pero separados una distancia reglamentaria. Yo, de verdad, me encuentro bien, pero no quiero llevarle la contraria.

Madrid, 26 de marzo de 2020
© Manuel Navarro Seva