lunes, 27 de abril de 2020

Cuadragésimo segundo día de confinamiento

Foto del blog verdecora

A media mañana el sol entraba a través de la ventada del cuarto donde trabajo. Me asomé para que sus rayos acariciaran un rato la piel de mi rostro, del color del invierno, respiré un poco de aire fresco, observé el ligero temblor de las hojas de los arces y, antes de volver al trabajo, advertí que un vecino estaba de pie junto a uno de los rosales en flor. Me pareció que el hombre estaba hablando con las rosas. Creo que hablarles a las plantas estimula su crecimiento, pero yo, de momento, me limito a admirarlas desde mi ventana, aún no he llegado a esa fase de comunicación con ellas. Quizá cuando acabe el confinamiento baje al jardín y les diga algo.   

Madrid, 25 de abril de 2020
© del texto Manuel Navarro Seva

lunes, 20 de abril de 2020

Resiliencia

Foto de Olearys


Ayer mañana, cuando estaba ayudando a Manu a entrar en la ducha, me ha dicho que lleva nueve días con nosotros. Le he preguntado cuántos ha estado con su hermana y me ha dicho que catorce. Y yo, que dónde está mejor, si en su residencia o con nosotros; y él me ha contestado que en los dos sitios. Siempre responde así. Pero yo intuyo que tiene ganas de volver a su casa. Ayer tarde quiso hablar con Camuñas. Llamó a la centralita y consiguió hablar con él. Su compañero de habitación le preguntó que cuándo iba a volver y él le dijo que cuando acabara el coronavirus. Al terminar de hablar con él, me pasó con la cuidadora del turno de tarde. Ha habido cuatro usuarios enfermos pero ya están bien, y varios cuidadores han estado o están de baja. Los bomberos han desinfectado la residencia.
Manu sigue una rutina perfecta: música, tablet, televisión, baraja de cartas, dominó, aperitivo, comidas. Aplausos en el balcón a las ocho de la tarde, más televisión y a las doce en punto a la cama. Me gustaría tener su capacidad de adaptación.  

Madrid, 19 de abril de 2020
© del texto Manuel Navarro Seva

viernes, 17 de abril de 2020

Papel higiénico


He de confesar que me daba miedo pisar la calle, cruzar y entrar en el supermercado. No sé cuánto tiempo hacía que no iba a comprar. Tal vez dos semanas. En casa hemos estado tirando de despensa y de las compras online. Pero había una lista de artículos de primera necesidad que se habían agotado. Así que me puse la mascarilla y los zapatos de salir a la calle. Guantes no llevaba porque sabía que los daban en el supermercado. Los guantes que dan ahora en el supermercado son como unas bolsas pequeñas sin dedos que tienen la silueta de un guante pintada en una de las caras. Son incómodas porque se desprenden de las manos.

Había clientes esperando en la puerta separados dos metros entre sí para evitar aglomeraciones. Y dentro está todo organizado, pero hay que comprar deprisa, sin hablar con nadie, sin saludar a nadie, sin entretenerse a pensar si falta esto o aquello en la lista, sin comparar precios. Yo, como la mayoría, fui a los estantes a coger productos frescos envasados en lugar de esperar en los puestos de la carne o de la charcutería. Seguí un camino lógico que llevaba grabado en la memoria para no tener que retroceder, pero fue inútil. Empecé cogiendo papel higiénico, papel de cocina, film de corte fácil, palillos para el aperitivo, y después latas de mejillones, patatas fritas chips, aceitunas rellenas, Fairy, lejía, leche, queso, chorizo, salchichón, huevos, carne, café, aceite y, al final, cuatro barras de pan.

Al llegar a casa, dejé los zapatos detrás de la puerta y me puse las pantuflas. Me lavé bien las manos con jabón. Me quité la mascarilla y el jersey lo eché a lavar, saqué la compra del carro y la coloqué sobre la mesa de la cocina para que Juana la desinfectara con un trapo húmedo. Cuando terminó de desinfectar me dijo que faltaban los yogures, el papel de aluminio, y no sé qué más. Le dije que lo compraría la próxima vez, pero pensé que tardaré en volver a jugar a la ruleta rusa.    

Madrid, 16 de abril de 2020
© Manuel Navarro Seva

domingo, 12 de abril de 2020

Residencias

M-40 Foto de Carmen Molina

Nos telefonearon de la residencia para decirnos que había cuatro usuarios que tenían fiebre, y que, aunque estaban aislados, si lo deseábamos podíamos llevarnos a Manu a casa. Le pregunté a quien llamó si les habían hecho el test del coronavirus y me contestó que no. Luego te llamo, le dije. Juana y yo lo comentamos con nuestras hijas. Y Marta se ofreció a llevárselo a su casa para mantenerlo confinado en una habitación, por si acaso, y evitar así que nosotros nos pudiéramos contagiar. Fue una decisión difícil de tomar. Finalmente, pedí una carta a la residencia por si nos paraba la Guardia Civil y Marta fue a recoger a Manu y lo ha tenido quince días aislado en una habitación de su casa.
Ayer viernes acabó la cuarentena de Manu y a media tarde fui en el coche a recogerlo para traerlo a mi casa. Las calles estaban vacías como si la gente hubiera desaparecido del mapa, como si un terremoto o una guerra hubiera desolado el país. Pero los edificios permanecían intactos, las carreteras lucían como nuevas y el aire estaba limpio. Una ambulancia pasó con las luces parpadeantes y las sirenas a tope. Yo iba pensando en lo cómodo que es conducir sin tráfico y, sin embargo, me daba miedo ver la carretera tan desierta. De súbito los carriles de la autovía de circunvalación se redujeron a uno y un agente de la Guardia Civil me hizo señales con la mano para que saliera a un lateral y me detuviera junto a una rotonda. Un guardia me preguntó adónde me dirigía. Menos mal que yo iba pertrechado con varios documentos que justificaban mi desplazamiento. El agente me dijo que pusiera los papeles en el salpicadero, los miró con la mascarilla puesta y sin pestañear. Poco después me indicó que podía continuar y yo le di las gracias.    
Madrid, 11 de abril de 2020
© del texto Manuel Navarro Seva

viernes, 10 de abril de 2020

Asintomáticos


Esta mañana, después de levantarnos, subí la persiana de la habitación y se descolgó. Me quedé un rato sin palabras. Después me dije: «Quizá empleé mucha energía al tirar de la cinta».
Me fui a desayunar a la cocina pensando en por qué se había roto. La cinta no parecía ser el problema, quizá fuera el soporte del tambor, el propio tambor o alguna lama rota. El caso es que mientras me bebía el café estuve pensando dónde podía acudir para pedir ayuda. Se lo comenté a Juana, y ella dijo que creía que reparar una persiana no era un trabajo esencial. No obstante, ante la duda, me fui a buscar la solución en internet.
Encontré varios sitios donde arreglan persianas y llamé a un teléfono. Me contestó una voz ronca de fumador que podían mandar a un técnico. Le di las gracias y le dije que lo llamaría más tarde. Pero luego pensé: «¿Y si mandan a un técnico asintomático?». Juana y yo, después de un intercambio de impresiones, decidimos intentar repararla por nuestros medios. Así que saqué la caja de herramientas, arrimé la escalera y entre los dos abrimos el cajetín. El tambor se había salido de la guía. Lo hemos recolocado y hasta ahora funciona bien. Las manos se nos han puesto negras como el carbón. Las hemos lavado con agua y jabón durante un rato, y después nos hemos tomado otro café con leche en la cocina.     

Madrid, 10 de abril de 2020
© Manuel Navarro Seva

domingo, 5 de abril de 2020

Abuelos



Esta mañana he oído en la radio la lectura de una carta escrita por una enfermera de la UCI.  Al final de un día de trabajo, la escribió desolada por la muerte de un paciente que había entrado en coma en la unidad de cuidados intensivos que ella atendía. El hijo, que esperaba fuera, lo vio morir sin poder decirle nada, sin poder abrazarlo, sin poder consolarlo. Y la enfermera no solo sufría por la muerte de su paciente, sino también por el dolor que mostraba el hijo de su paciente. Lo reconozco, he estado llorando un rato.
Qué difícil debe de ser realizar un trabajo como el de enfermera de UCI, en el que no se puede salvar de la muerte a todos los enfermos a tu cargo. Qué difícil es acostumbrarse a que cada día nos den la cifra de muertos y de infectados. Qué difícil es vivir estos días de mierda. Saldremos adelante, claro que sí, pero ya nada será igual. Muchas familias habrán perdido a algún ser querido. Y muchos abuelos habrán muerto sin el consuelo de sus familias.     

Madrid, 5 de abril de 2020
© Manuel Navarro Seva

sábado, 4 de abril de 2020

Mascarillas



Nos quedan dos mascarillas de las que trajimos de Japón en diciembre del 2017. Allí mucha gente las llevaba puestas por la calle con objeto de no contagiar a los demás. Se supone que tenían la gripe o un simple catarro. En estos días de confinamiento he dedicado un rato a mirar las fotos de aquel viaje. Fue un viaje asombroso. Qué gente tan considerada. Qué cultura tan distinta a la nuestra. Qué paisajes. Qué templos. Qué trenes…
Ayer me puse una de las mascarillas japonesas para bajar la basura al contenedor del sótano. Abrí la puerta y pulsé el botón del ascensor con un poco de aprensión. Metí las bolsas en los cubos y regresé. Le di al bajo y salí a ver cómo estaba todo. Me hubiera gustado encontrarme con alguien, charlar un poco a través de la distancia social, pero no había ni un alma. Volví a casa y me lavé las manos con jabón durante un buen rato. A las ocho de la tarde salí al balcón a aplaudir y saludé con la mano a la gente del bloque de enfrente.

Madrid, 3 de abril de 2020
© Manuel Navarro Seva

jueves, 2 de abril de 2020

Testamento ológrafo


El pasado domingo, al despertar me quedé en la cama y encendí la radio. En el programa A vivir que son dos días Juanjo Millás y Javier del Pino hablaban sobre testamentos. Al oír esa palabra sentí un escalofrío. Pero no apagué la radio, pensé que todos tenemos que morir, sea por el coronavirus o por cualquier otra causa. Conectaron con una notaria que habló del testamento ológrafo que es aquel que el testador formaliza por sí mismo, escribiéndolo y firmándolo de su puño y letra sin intervención de testigo alguno.
Juana y yo disponemos de un testamento estándar que hicimos hace mucho, pero me gustaría modificarlo con el fin de incluir una repartición de bienes entre nuestros hijos. Creo que eso evitaría discusiones entre ellos. Me levanté de la cama con esa idea, y después de desayunar pensé ponerme manos a la obra, pero me llamó por teléfono un amigo que vive solo y tiene ochenta y ocho años. Estuvimos hablando un buen rato del coronavirus. Me dijo que no pisa la calle. Que no te lleven a una residencia, le dije yo. Después de colgar me puse a caminar por el pasillo e hice mis ejercicios de estiramiento. Cuando acabé, me serví unas patatas fritas y un vino tinto, me senté en la terraza a tomar el sol. Más tarde puse la tele y estaban hablando de las cifras de infectados y de muertos. Cuando me di cuenta, era la hora de comer.

Madrid, 29 de marzo de 2020
© Manuel Navarro Seva