Manu y yo jugamos casi todas las tardes al dominó en la
terraza, desde donde podemos contemplar la playa colmada de gente. Él a veces
se distrae mirando el mar, un velero, el barco anclado a lo lejos que espera la
entrada en el Puerto de la Sal…, y yo le digo, venga, te toca a ti. Entonces
mira sus fichas y coloca una. Le gusta ganar, y si pierde aprieta los labios
con ese gesto tan suyo que adopta cuando algo le molesta, pero enseguida abre
la boca para decir que quiere jugar otra vez. ¡No se cansa! Ayer tarde me dijo
que quería jugar al parchís, y echamos dos partidas. Ganó las dos. Y me
preguntó si quería jugar otra. No, le dije, se ha hecho un poco tarde. Cenamos
y después salimos a tomar un helado. Su madre y yo pedimos una horchata o un
blanco y negro o una copa de turrón y él, un café descafeinado de máquina con
leche templada. Cuando el camarero viene a atendernos le pregunta: ¿Manu, tú lo
de siempre? Y él mueve la cabeza asintiendo. No conseguimos que pida un helado.
En casa antes de acostarse suele oír un rato el diskman, y tenemos que insistir para convencerlo de que debe
acostarse. Antes de irse a la cama me recuerda que saque las gorras y las deje
en el salón para el día siguiente, tal vez para asegurarse de que iremos, o quizás
para no despertar a su madre, que aún duerme a esas horas, cuando nos vamos él
y yo por la mañana temprano a darnos un paseo por la playa y nadar un rato
antes de desayunar. Los días pasan con rapidez y el verano se acaba. Ayer le pregunté
si tenía ganas de volver a su casa. Me dijo que sí. Supongo que estar todo el
mes con los padres cansa.
©Manuel Navarro Seva
Agosto de 2015
2 comentarios:
Muy bonito.
Un abrazo, Manuel.
Gracias, Isabel.
Un abrazo.
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