Al quedarse sin trabajo, Luis se apuntó en las oficinas de
empleo a un curso de Astronomía. Tanto se aficionó a las estrellas que compró,
pese a la oposición de su esposa, un telescopio. Lo instaló en el balcón de la casa.
Pasaba horas observando el firmamento, mientras su mujer, indiferente, veía la
televisión. Pronto se convirtió en un experto en localizar constelaciones. Una
noche divisó un objeto volador que emitía señales de luz intermitentes. Lo
siguió hasta comprender que las luces componían un mensaje codificado. Con
paciencia logró interpretarlo. Su esposa no le creyó. Es más, se burló de él. No
hay seres extraterrestres, estás loco. Y sin embargo, el mensaje estaba claro:
una fecha, una hora, un lugar. Su mujer no quiso acompañarlo. Ella sigue mirando
la televisión, pero ahora, de vez en cuando, utiliza el telescopio.
©Manuel Navarro Seva
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