viernes, 19 de diciembre de 2014

Recordando a una buena amiga

Revisando algunas notas guardadas en un archivo encontré una reseña sobre Cosas que nunca confesé a nadie que escribió una buena amiga a la que no consigo encontrar. Ella firmaba con el seudónimo de Esther y fue quizás la persona que más me animó a publicar y que más me enseñó sobre este gran oficio de escribir.

Allá donde se encuentre, le deseo unas felices fiestas de Navidad y que sepa que la añoro y que me gustaría volver a saber de ella y de sus letras, y que deseo que se encuentre bien. Un abrazo, buena amiga.

Rescato parte de aquella reseña.

«Cosas que nunca confesé a nadie es un excelente recopilatorio de cuentos y de cuentos muy particulares. No hay sensiblería ni sentimentalismo. No hay aventuras épicas, trasfondos gloriosos ni espeluznantes terrores.

Lo que sí hay es vida. De la de verdad. De la que nos atraviesa. Uno, inocente, lee un relato sencillo, breve, que, además, se lee con facilidad, llega al final… ¡Ah!, llega al final y entonces cae en la cuenta de que se le ha adherido al alma la mirada triste de un niño. Y uno, inocente, cree que podrá desprenderse fácilmente de esa tristeza. Pero no, no es así. Y regresa sobre los pasos, vuelve a leer el cuento, lo dimensiona de otra forma. O bien sucede que uno lee una historia simple, cotidiana y, cuando menos lo espera, lo fantástico se adueña de lo cotidiano, al mejor estilo cortaziano. Te invade la desazón, la inquietud, ¿dónde está el límite entre lo real y lo fantástico? ¿Existe tal límite?

Manuel Navarro Seva no escribe por escribir: escribe porque tiene algo que decir. Lo dice. Y lo dice con arte y con oficio. La estructura de los cuentos es limpia, nítida, fluye. La prosa, construida con precisión de cirujano (o de ingeniero…) y con vuelo de artista, posee esa maravillosa cualidad de ser literariamente compleja pero aparentemente sencilla. Por eso sus cuentos se leen con facilidad.


Y a esto llamo literatura. De la buena». 

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