Fue este sábado pasado, pero lo celebramos el domingo en
casa. El sábado estuvimos viendo el partido de tenis y después, el clásico de
fútbol. Entre una cosa y otra dimos un paseo, pero el frío nos devolvió a casa
antes de lo que pensábamos. Lo estuvieron llamando por teléfono y cada vez que
colgaba contaba cuántos lo habían felicitado ya.
Hace unas semanas le pregunté cuándo era su cumpleaños y él dijo
la fecha, pero no recordaba cuántos años eran los que cumplía. Se quedaba
pensando, y respondía con una cifra menor. «No, Manu, son más», y volvía a
fallar hasta que acertaba. A mí también me ha ocurrido alguna vez, no me
acordaba de mis años, pero yo ya tengo muchos y es fácil perder la cuenta. Si
nací en 1947, cuando llegue diciembre cumpliré 53 más los que llevamos de siglo.
El domingo vinieron sus hermanas y sus cuñados y sus
sobrinos. Antes de comenzar a comer le dimos los regalos. Él les iba quitando
el envoltorio y diciendo qué era cada cosa, y cuando los abrió todos, los metió
en una bolsa de plástico y nos levantamos para ir a la mesa. Comimos cordero y
cochinillo asados con patatas y ensalada, y de postre la tarda con los números 4
y 2. Antes de que llegaran a colocarla en la mesa, él volvió la cara y apagó
las dos velas. Tal vez pensó que si no lo hacía así las apagarían sus sobrinos
antes que él.
Por la noche, mientras lo llevaba a su casa en el coche, me
contó el plan de la semana: «El lunes tengo informática; el martes, Spa;
miércoles, informática otra vez; el jueves lo tengo libre y podré bajar a jugar
al Candy; el viernes, batería; y el sábado vuelves a por mí». Al entrar en su
habitación perdió el equilibrio, cayó de espaldas contra la pared y se deslizó
hasta el suelo, no sé cómo ocurrió, pero al apoyar la mano se hizo una
raspadura en la muñeca con el pico del rodapié. En la enfermería le pusieron
Betadine, después le di un beso y me despedí de él.
©Manuel Navarro Seva
Madrid, 23 de noviembre de 2915
No hay comentarios:
Publicar un comentario