miércoles, 15 de noviembre de 2017

Formación en V


Los dos esperan el autobús. Ella consulta su reloj de pulsera varias veces. Está cansada, esa noche ha dormido mal.
—Deberíamos parar un taxi —dice él.
—No podemos permitírnoslo.
—Mujer, hoy sí.
—Tal vez a la vuelta.
Él gira la vista hacia la izquierda.
—¡Cuánto tarda! Mira, viene un taxi libre. Voy a pararlo —dice, bajándose de la acera.
—No, no lo hagas. Esperemos un poco más —dice Ágata.
Está sentada en el banco de la marquesina. Él, de pie, vuelve a mirar hacia la izquierda.
—Ya viene. Menos mal.
Ágata se levanta. El autobús se detiene y abre las puertas. Suben y pican los billetes. Hay dos asientos libres y se acomodan, ella junto a la ventanilla. Cierra los ojos y suspira. No deja de pensar en eso.
El autobús arranca y Ágata consulta su reloj una vez más.
—Vamos bien de tiempo. No te preocupes —le dice él.
—Sí —dice ella, mirando a través de la ventanilla.
Un bando de aves vuela en formación en V.
—Mira qué hermoso. ¿Qué clase de pájaros serán?
—Son grullas.
—¿Por qué vuelan así, en formación?
—Son aves migratorias que realizan largos trayectos desde el norte de Europa hasta la península Ibérica o el norte de África para pasar el invierno. Lo hacen en formación para ahorrar energía. Es una cuestión aerodinámica.
—Ah… A mí me gustaría hacer un largo viaje en avión.
—¿Un viaje? ¿A dónde te gustaría ir?
—No lo sé. A cualquier lugar. Lejos de aquí. Tal vez a Japón.
—¿Por qué a Japón?
—Porque nadie me conoce allí.
—¿Porque no te conocen?
—Sí, por eso, y porque me gustaría visitar ese país. La gente es muy educada.
—¿Te encuentras bien?
—Sí, estoy bien, solo que… un poco cansada y asustada.
—Si quieres lo dejamos.
—Me da miedo, pero no quiero volverme atrás.
—Es muy sencillo. Ya nos lo explicaron. Todo saldrá bien.
—Lo sé.
—A mí también me gustaría hacer un viaje contigo, pero no a Japón. No se me ha perdido nada en Japón. Me bastaría con ir a París o a Roma.
—A mí también, pero no podemos permitírnoslo. Y menos ahora. Mira, otra bandada de grullas en V. Fíjate, todas baten las grandes alas a la vez. ¿Cómo podrán hacerlo?
—Estamos llegando. Es la próxima parada.
Se levantan de sus asientos y se acercan a la puerta. Pulsan el botón de próxima parada. El autobús se detiene y abre con ese soplido característico que hacen las puertas de un autobús. Se apean y miran a uno y otro lado.
—Debe de ser por aquí —dice Ágata, y consulta su reloj.
—Hemos llegado muy pronto.
—¿Tomamos un café o algo para hacer tiempo?
—Sí, de acuerdo. Me apetece un café con leche.
Entran en una cafetería y se sientan a una mesa. Arrastran las sillas, haciendo ruido. Él deja el móvil a la vista y levanta el brazo. Se acerca una camarera y les pregunta qué van a tomar.
—Dos cafés con leche.
Permanecen un rato en silencio, sin mirarse. Ella oculta las manos debajo de la mesa. Él tamborilea el tablero con los dedos de la mano derecha. Coge el móvil y lee los mensajes que ha recibido. De súbito mira a Ágata y le dice:
—Es muy sencillo. No te preocupes. Todo irá bien, ya lo verás.
—Lo sé, pero me siento mal. No debería…
—Aún estamos a tiempo. Si no quieres hacerlo, abandonamos.
—Con lo que me ha costado tomar esta decisión… No, ya es tarde para echarse atrás.
La camarera les trae los cafés, los coloca sobre la mesa y se marcha con la bandeja colgando de la mano. Ellos rasgan los sobrecitos y vierten el contenido en las tazas, simultáneamente. Después disuelven el azúcar con la cucharilla. Él consulta de nuevo el móvil y luego dice:
—Insisto, aún estamos a tiempo. Saldremos adelante si decides no hacerlo.
—Falta un cuarto de hora. Deberíamos marcharnos ya.
—Seguro que nos harán esperar.
—Paga la cuenta y vámonos, por favor. Estoy nerviosa.
Levanta la mano y hace como que escribe en el aire. La camarera les trae el tique y paga. Se levantan y salen a la calle. Faltan cinco minutos cuando llaman al timbre de una puerta blindada. Abre una joven vestida de blanco.
—¿Eres Ágata?
—Sí. Y este es mi novio.
—Pasad y esperad un momento en la sala.
Es una sala amplia, paredes pintadas de color blanco, con sillones de estructura metálica tapizados en verde oscuro, colocados en filas junto a las paredes de la estancia. Dos mesas de centro rectangulares. Hay varias mujeres jóvenes sentadas, aguardando su turno. Unas, con sus parejas; otras, con sus madres. El silencio es sepulcral, solo interrumpido por algún timbre de teléfono.
Una enfermera de blanco y pelo recogido detrás se dirige a Ágata.
—Tienes que acompañarme un momento. ¿Traes los papeles?
—Sí.
Ágata se incorpora, coge el bolso que había dejado sobre sus muslos y sigue a la enfermera. Regresa poco después a su asiento, junto a él, que mira la pantalla del móvil.
—¿Qué te han dicho?
—Nada. Era solo para rellenar unos papeles. Tenemos que esperar.
—¿Cuánto?
—No lo sé.
—Si quieres nos marchamos, aún estamos a tiempo.
—No. Ya no. Quiero hacerlo.
—¿Estás segura?
—No, no estoy segura, pero debo hacerlo.
—No pasa nada. Ya verás. Muchas lo hacen y todo sale bien. Es muy sencillo. Y luego a casa.
—¿Te quedarás conmigo?
—Claro. Me he pedido el día.   
Ágata nota que los ojos se le humedecen. Hace un esfuerzo para no llorar. Saca del bolso un pañuelo de papel y se los limpia. En eso llaman a una de las chicas de la sala de espera. Su madre se levanta y le da un abrazo y ella se marcha detrás de la enfermera. La madre vuelve a ocupar su asiento. Mira hacia el pasillo por donde ha desaparecido su hija.
—Tenía que haber hablado con mis padres —dice Ágata en voz baja.
—Sí, tal vez sí, pero eres mayor de edad. Puedes tomar tus propias decisiones.
—Aún así. Tenía que haberlo hablado con mi madre. 

Copyright Manuel Navarro Seva