viernes, 27 de marzo de 2020

Un día de confinamiento

Foto de David Aprea (Diario Vasco)

Al levantarme esta mañana me dolía todo el cuerpo. No había conseguido dormir bien. Yo achaqué mi dolor de cuerpo a no haber dormido bien, pero mi esposa me dijo que me pusiera el termómetro por si había pillado el coronavirus. Le dije que no era el coronavirus. No tenía ninguno de los síntomas o quizá sí porque, en realidad, me dolía la cabeza. Se lo dije y me obligó a tomarme un Paracetamol y a ponerme el termómetro. Para no discutir con ella me lo puse y tenía 36,6 y ella me dijo, lo ves, tienes fiebre porque estos termómetros digitales miden de menos. Entonces noté que tenía la nariz un poco congestionada, me la limpié con un pañuelo desechable y me fui a la cocina, abrí el frigorífico y comprobé que mi olfato seguía intacto. Se lo dije a ella, y me preguntó si tenía tos. Me aclaré la garganta antes de contestarle que no. Lo ves, te pica la garganta, me dijo. Que no, le dije yo. Me senté en mi butaca y me tapé las piernas con una mantita, pues las ventanas estaban abiertas para ventilar la casa y ella, al verme con la mantita, me preguntó si tenía frío. Le dije: sí, pero no estoy malo.
A mediodía no me ha dejado que ponga la mesa y ha abierto una lata de  mejillones y los ha servido en dos platillos, uno para ella y otro para mí. Después hemos comido en la misma mesa pero separados una distancia reglamentaria. Yo, de verdad, me encuentro bien, pero no quiero llevarle la contraria.

Madrid, 26 de marzo de 2020
© Manuel Navarro Seva

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