El jueves lo acompañé a la infiltración de la toxina
botulínica, más conocida como Botox. A mí también me pasaba: cuando oía hablar
de Botox pensaba en la gente rica, en las arrugas y en la cirugía estética,
pero no solo sirve para eso. Como es un relajante muscular se utiliza en
tratamientos de la espasticidad, además de otros usos relacionados con la salud. Bien,
pues como decía, lo recogí en el taller ocupacional con el coche y lo llevé al
hospital. Le dije que se diera prisa pues se me había hecho un poco tarde, pero
él se toma su tiempo para todo, así que tenía que pasar antes por el cuarto de
baño. Menos mal que a esas horas el tráfico no estaba mal. Llegamos a la
consulta con tiempo, y aún tuvimos que esperar un poco. A mí me gusta ser
puntual.
Manu es muy paciente. No se desespera casi nunca. Mira su
reloj y suele hacer preguntas cuya respuesta conoce, pero le gusta hacerlas.
—No tardarán en llamarnos, ¿verdad?
—No, Manu, no creo.
—¿Tomaremos algo después?
—Si nos da tiempo sí.
—Y luego me llevarás al taller, ¿no?
—Claro. Si se nos hace tarde, comeremos juntos.
—Vale —dijo, y sonrió.
Lo llamaron por el altavoz y le dije que espabilara. La
enfermera nos conoce.
—Vayan a la habitación y que se prepare.
Se desnudó y se quedó en ropa interior. Esperamos hasta que
llegó el doctor con las jeringuillas. Manu se tumbó en la camilla y el doctor
le pinchó en los adductores. Él apretó el puño, como hace siempre. Un segundo
pinchazo. Después, en los gemelos, en el bíceps del brazo derecho y por último
en el pectoral derecho.
—Ya está, Manu —dijo el médico—. Puedes vestirte.
—¿Nos da tiempo de llegar a comer al taller?
—No, hoy te quedas conmigo y luego te llevo.
—¿Después de descansar un poco?
—Sí, después de descansar.
—Y de tomar un café, ¿no?
—Claro, Manu.
© Manuel Navarro Seva
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