Esta mañana, después
de levantarnos, subí la persiana de la habitación y se descolgó. Me quedé un
rato sin palabras. Después me dije: «Quizá empleé mucha energía al tirar de la
cinta».
Me fui a desayunar a
la cocina pensando en por qué se había roto. La cinta no parecía ser el
problema, quizá fuera el soporte del tambor, el propio tambor o alguna lama
rota. El caso es que mientras me bebía el café estuve pensando dónde podía
acudir para pedir ayuda. Se lo comenté a Juana, y ella dijo que creía que reparar
una persiana no era un trabajo esencial. No obstante, ante la duda, me fui a
buscar la solución en internet.
Encontré varios sitios
donde arreglan persianas y llamé a un teléfono. Me contestó una voz ronca de
fumador que podían mandar a un técnico. Le di las gracias y le dije que lo
llamaría más tarde. Pero luego pensé: «¿Y si mandan a un técnico asintomático?».
Juana y yo, después de un intercambio de impresiones, decidimos intentar repararla
por nuestros medios. Así que saqué la caja de herramientas, arrimé la escalera y
entre los dos abrimos el cajetín. El tambor se había salido de la guía. Lo hemos
recolocado y hasta ahora funciona bien. Las manos se nos han puesto negras como
el carbón. Las hemos lavado con agua y jabón durante un rato, y después nos
hemos tomado otro café con leche en la cocina.
Madrid, 10 de abril de 2020
© Manuel Navarro Seva
2 comentarios:
¡Qué bueno que cuentes con una buena caja de herramientas! Espero que no sea la de la figura, que no se ve demasiado versátil. Falta el imprescindible martillo que todo lo puede y, si se ven mal dadas, el formón.
Siempre he soñado con un buen taller, lleno de serrín y virutas metálicas, pero como hoy en día todo es tan virtual...
¡Un abrazo y a cuidarse!
Hoy día hasta los abrazos han de ser virtuales. Mi caja de herramientas es mucho más versátil, pero más vieja y cutre.
Tú cuídate también.
Un abrazo.
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