El pasado domingo, al
despertar me quedé en la cama y encendí la radio. En el programa A vivir que son dos días Juanjo Millás y
Javier del Pino hablaban sobre testamentos. Al oír esa palabra sentí un
escalofrío. Pero no apagué la radio, pensé que todos tenemos que morir, sea por
el coronavirus o por cualquier otra causa. Conectaron con una notaria que habló
del testamento ológrafo que es aquel que el testador formaliza por sí mismo,
escribiéndolo y firmándolo de su puño y letra sin intervención de testigo
alguno.
Juana y yo disponemos
de un testamento estándar que hicimos hace mucho, pero me gustaría modificarlo con
el fin de incluir una repartición de bienes entre nuestros hijos. Creo que eso
evitaría discusiones entre ellos. Me levanté de la cama con esa idea, y después
de desayunar pensé ponerme manos a la obra, pero me llamó por teléfono un amigo
que vive solo y tiene ochenta y ocho años. Estuvimos hablando un buen rato del
coronavirus. Me dijo que no pisa la calle. Que no te lleven a una residencia,
le dije yo. Después de colgar me puse a caminar por el pasillo e hice mis
ejercicios de estiramiento. Cuando acabé, me serví unas patatas fritas y un vino
tinto, me senté en la terraza a tomar el sol. Más tarde puse la tele y estaban
hablando de las cifras de infectados y de muertos. Cuando me di cuenta, era la
hora de comer.
Madrid, 29 de marzo de 2020
© Manuel Navarro Seva
No hay comentarios:
Publicar un comentario