Nos quedan dos
mascarillas de las que trajimos de Japón en diciembre del 2017. Allí mucha
gente las llevaba puestas por la calle con objeto de no contagiar a los demás. Se
supone que tenían la gripe o un simple catarro. En estos días de confinamiento
he dedicado un rato a mirar las fotos de aquel viaje. Fue un viaje asombroso.
Qué gente tan considerada. Qué cultura tan distinta a la nuestra. Qué paisajes.
Qué templos. Qué trenes…
Ayer me puse una de
las mascarillas japonesas para bajar la basura al contenedor del sótano. Abrí
la puerta y pulsé el botón del ascensor con un poco de aprensión. Metí las
bolsas en los cubos y regresé. Le di al bajo y salí a ver cómo estaba todo. Me
hubiera gustado encontrarme con alguien, charlar un poco a través de la
distancia social, pero no había ni un alma. Volví a casa y me lavé las manos
con jabón durante un buen rato. A las ocho de la tarde salí al balcón a
aplaudir y saludé con la mano a la gente del bloque de enfrente.
Madrid, 3 de abril de 2020
© Manuel Navarro Seva
2 comentarios:
Maravillosa entrada real bien escrita te entiendo y te felicito
Gracias. Me alegra saber que te ha gustado.
Publicar un comentario